Hace más de 2OOO años que existen intercambios comerciales reguladores entre la China Imperial y Occidente. Durante el Imperio Romano, el más codiciado de todos los productos chinos era la espléndida seda. En las grandes urbes como Roma o Alejandría se pagaba a peso de oro, y los poderosos de aquel tiempo vestían valiosas túnicas de seda para reafirmar de esta manera su estatus social.
Todo el mundo ha oído alguna vez las palabras "la ruta de la seda", cuyo concepto , no obstante, apenas tiene cien años. Asia es el continente con las rutas comerciales más antiguas, por las que no sólo se transportaban mercancías, sino que también era utilizadas como medio para las propagación de valores espirituales, ideas artísticas y religiones rivales.
El legendario origen del Gusano de Seda lo encontramos en los cuentos populares chinos. De allí surge la historia de una hermosa chica, cuyo padre viajaba por el mundo dejando solas a su mujer e hija. La mujer lo añoraba, y prometió que aquel que lo trajera de vuelta, se desposaría con su hija. Así pues, el caballo de la familia se puso en camino para traer de vuelta al hombre de la casa, y lo consiguió. Pero el caballo no obtuvo el prometido premio, sino todo lo contrario: fue sacrificado por la familia. Cuando la muchacha, aliviada, saltó jugando sobre el caballo desollado, la piel se enrolló de pronto alrededor del cuerpo de ésta, y el fardo voló a un árbol, convirtiéndose en un capullo de seda. Allí, la muchacha envuelta por la fuerte estructura fibrosa se convirtió en la diosa de los Gusanos de Seda, que desde entonces es adorada por todo el país hasta nuestros días.
En principio, tanto la sericultura como el empleo de la seda era un derecho exclusivo de las familias nobles de las provincias chinas dedicadas a la seda. Más tarde, este derecho pasó al Emperador, quien pronto reconoció el valor comercial de su monopolio y, precisamente por eso, decretó pena de muerte por la exportación de huevos de gusanos de seda. La consecuencia fue que China se mantuvo como única productora de seda pura hasta el siglo IV de nuestra era.
Es evidente que el descubrimiento del hilo de seda y el invento de su elaboración artística encajaba perfectamente con una de las necesidades básicas del ser humano: adornarse y diferenciarse de los otros, mediante objetos bellos. Por ello, la seda se convirtió en uno de los primeros atributos de la posición social y la representación ligada a ésta; primero en China, y más adelante en todo el mundo antiguo entre el Asia oriental y Roma.
Después que China perdió su monopolio hacia el año 2OO a.C. cuando unos emigrantes chinos habían llevado consigo moreras y gusanos de seda a Corea. De allí, cuatrocientos años más tarde, llegaron al Japón. Cuando China perdió el férreo monopolio, la cría de los gusanos y la producción de seda se difundió a lo largo de la ruta de la seda hasta llegar a Persia. Desde entonces la morera y el gusano de seda se hicieron corrientes allí donde las condiciones climáticas lo permitían.
En vista de que el monopolio se había roto y de que había más Estados productores, la competencia empezó a hacerse notar tanto en la producción, como en los costes de transporte. Para que el negocio valiera la pena, las caravanas tenían que ir completamente cargadas tanto hacia el este como hacia el oeste. Los turcos supieron hacerlo bien. Su zona de influencia se extendía desde la frontera occidental china, hasta las fronteras con los imperios persa y bizantino. Esto significaba que la totalidad del comercio interior de Asia central y meridional estaba en sus manos. Es evidente que las telas persas gustaron a la sociedad china, convirtiéndolas en vestiduras de moda. Así como hace cien años París fue el centro europeo de la moda, Persia se convirtió en aquel tiempo en el centro de la moda de la elegante China.
La importancia de la ruta de la seda, la encontramos en la ciudad de Palmira, un oasis del desierto sirio, cuyo nombre se relaciona sobre todo con el intercambio de productos entre Oriente y Occidente.
Palmira era el principio y el final, era la estación de salida y el depósito de mercancías de todo el mundo. Aquí podían, mejor que en ningún otro sitio, vender por buen precio todas las mercancías y comprar cosas nuevas. Palmira era el punto de encuentro de todos. Durante siglos fue la ciudad más rica de la ruta de la seda occidental y también la más suntuosa, de la que hoy día se admiran sus ruinas en buen estado de conservación, muchos de ellas procedentes de la dominación romana, reflejados en lo que fueron magníficos templos y anfiteatros.
No hubo ciudad alguna que estuviera tan supeditada a los negocios. Pero tampoco había ninguna tan elegante. Se estimaba en más de seis años el tiempo necesario para la ida y vuelta de una caravana desde la antigua capital china Sian hasta Palmira.
Los mayores ingresos de Palmira procedían de los altos aranceles que grababan a todas las mercancías importadas, conocidos como la "Tarifa de Palmira", cuyo volumen iba en aumento de año en año, reflejándose en su crecimiento con soberbias construcciones, que todavía hoy son testimonio de su grandeza y riqueza iniciada con el transporte de la seda, además de joyas, artículos de tocador, vidrio, cerámica, y cuantos productos manufacturados procedían del mundo occidental.
Las impresionantes ruinas de antiguas ciudades en Jordania, Siria, Irak, Irán, Afganistán y Pakistán, sencillamente no existirían en esos territorios desérticos sin los antiquísimos contactos comerciales entre China y Roma, creando no tan sólo el florecimiento político-comercial, sino también el de una cultura, que nos ha sido transmitida a través de los siglos.
Sabido es que la valiosa seda dio nombre a aquella legendaria ruta comercial, aportando la primera cultura mundial, en la que el noble tejido de seda -que ahora reivindicamos- fue la base, e incluso, durante algunas temporadas, la moneda de cambio.
Tiempo al tiempo, por lo que pueda ser, la antigua Ruta de la Seda ya pasa por mi humilde vivienda convertida en una infranqueable fortaleza, donde unos incansables gusanitos ya están tejiendo otras regias túnicas de valiosa seda que vestían los Emperadores de sus milenarias dinastías, iniciadas por la de los Shang. ¿Seré yo la presente reencarnación de alguno de ellos, cuando de los telares ya salen las prendas llevando adheridas las etiquetas bordadas en hilo de oro con la mágica premonición del nuevo Imperio “Made in China”?.